jueves, 7 de febrero de 2013
El sueño de Adan
Adan durmió una siesta larga. Se encariñó con el dulce silencio que provocan sendos gritos.
Siesta que aún siendo duradera no puede jamás matar su espíritu. Aún así, su despertar será gradual y lento, pero luego, no habrá especie en el universo que pueda hacer oidos sordos de su trinar y de su voz. Su despertar encarnecido estará envuelto por el manto del amor o del horror. Acaso esas dos fuerzas no compiten en pasión?
Una antigua amiga, le sopló al oido y lo despertó del sueño. Del sueño melancólico del olvido, de la fantasía efímera del tiempo eterno, infinito, tal vez del limbo. Sueño que quizás haya sido realidad, o a lo mejor por el contrario, sea su actual realidad ahora un sueño.
Alegorías de la vida o muecas del destino.
Vida siempre! (dijo la antigua amiga) Y Adán siempre apuesta a la vida, a vivir y ser creador de su destino.
Creador de sueños coloridos y disonantes. De sueños que viven en su alma y que gracias a ellos su alma vive.
Late intensamente su jugoso y crudo corazón. Bañado en sangre de gladiador, cada latido suena como un grave tambor. Como una orquesta de leones enjaulados, que ansían devorar al domador.
Leones que con sus garras afiladas, pueden abrir cual un cirujano sutil un corazón. Bestias que aún con sus mandíbulas temibles pueden acariciar los labios más carnosos que ofreciera el amor.
Depredadores fatales e implacables que pueden matar lentamente con aguerrida pasión.
Adan oyó la voz. Supo que ya era hora de despertar, y así lo quizo.
Bostezó profundamente, estiró su manos, y relajó su mente. Se dispuso a abrir los ojos, y aunque la luz casi lo ciega, vió.
Vió la realidad cruda, irónica, casi espantosa, también vió la esperanza y el amor. Vió todo lo que ya había visto en esta y otras vidas. Adan vio el fuego, y las cenizas, sabe que el fuego puede volver a crecer, pero como dijo el indio, ciertos fuegos no se atizan frotando dos palitos.
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